MISANTROPÍA


MISANTROPÍA
Anton Szandor LaVey

H.L. Mencken decía, “Me reservo el derecho de ser un hombre solitario”. No anhelo la compañía. Simplemente aparece en mi camino. Vivo por placer. Hay muy pocas personas que puedan darme tanto placer como las acciones que hago yo mismo. Prefiero crear placer de acuerdo a mi propio capricho que estar sujeto al capricho de otros. Invariablemente, termino entreteniendo a otros. O educándolos. No hay un toma-y-dame. Sólo hay “dame”, y ellos son los que piden.

Encuentro grata la compañía de figuras inertes, animales o artefactos que no emitan ningún sonido parlante, ya que puedo disfrutar de su presencia y no hay ningún desgaste psíquico. De hecho, por la sola estimulación de acuerdo con mis ideales, no sólo me dan entretenimiento, sino alimento para la mente.

¿Por qué prefiero “androides” a muchos humanos “de verdad”? Los androides pueden ser creados, programados y utilizados exactamente de acuerdo al deseo de los caprichos del amo. No requieren una interacción que consuma energía en orden de mantener un ego que no existe. Y hasta la apariencia de un ego puede ser hecha en un androide por medio de las acciones y las palabras —pero siempre de acuerdo a los deseos y especificaciones de su Hacedor. Pueden ser guardados si se vuelven molestos, ser sacados de nuevo cuando se necesiten, modificar su apariencia, y ser destruidos sin consciencia moral. Son compañeros ideales. Nunca replican, a menos que quieras que lo hagan, hasta puedes insultarlos para alegrar tu corazón. En cuanto a lo que respecta al trabajo, puede ser llevado a cabo, bien sea ya por máquinas no humanoides o por humanos de inteligencia limitada que operen máquinas de inteligencia mayor. Los androides ofrecen una compañía espléndida cuando tienen la apariencia física de seres humanos. Y para lo que mucha gente tiene que decir realmente, bien podrían no decir nada. Esencialmente, son simples adornos en un cuarto —humanoides para aliviar lo que puede ser considerado como soledad.

La mayoría de la interacción humana; no siendo más que conversaciones sin importancia y juegos, no es una pérdida de tiempo para aquellos que están en ello. De hecho, es necesario para su supervivencia, ya que morirían de aburrimiento de ser de otra manera. Para el Hacedor, el arquetipo, el auto-suficiente, la interacción humana es casi siempre un desperdicio del elemento más valioso en su existencia vital: el tiempo. El tiempo empleado en “ser agradable” podría ser dedicado a “qué agradable es ser”.

Es fácil para mí exponer tales actitudes. No ando en busca de un ser querido, sin embargo soy querido por alguien que hoya las estrellas. Además, puedo hacer, como puedo Ser. Puedo decir honestamente: “Soy lo que Soy”. A menos que alguien pueda, no puede ser interdependiente. Uno debe ser completo antes de poder estar solo y ni aún así sólo.

¿Qué me impulsa a seguir? ¿Qué justifica mi existencia? Aquello que me sostiene es el saber que, si soy víctima de problemas, si fracasara, si me enfermara o muriese, agradaría a tanta gente, que mi fortaleza está en mi existencia.

Cuando pienso en todos aquellos que se alegrarían de mi desgracia, me siento vigorizado y fortalecido de tal manera que olvido cualquier malestar. No es mi amor por la humanidad lo que me sostiene, sino el resentimiento de la humanidad hacia mí. Mi desdén y menosprecio por las masas mediocres en general y aquellos que me calumnian en particular me motivan a recuperarme.

He hecho mi bien para mí mismo, no por lo que puedo hacer, sino por cuán importante es para otros que sea resentido, difamado, malentendido y odiado. Muy pocas veces oiréis que me queje por alguna cosa, ya que así quiero que sea. Aún si no lo planeara, dudo mucho que lo haga. Odio la gente quejumbrosa. Nadie da una mierda por los sufrimientos ajenos. Cuando se cuentan los problemas a otros, lo único que se logra es debilitarse a los ojos del oyente. Mucho mejor crear más controversia decepcionando a tus antagonistas por medio de tu negativa a mostrar ansiedad o inquietud al respecto.

Me rehúso a enfermarme ya que eso haría a mis enemigos más saludables. Me rehúso a romper lazos con cualquier compañía valiosa porque si lo hiciera, tal cosa haría más llevadera la soledad de otro. Me niego a que mi dolor sea conocido, ya que mi dolor es la alegría de otro. Hasta me desagrada el mostrar mi ira, porque para el que reciba tan pequeña atención de mi parte, mi ira iluminaría su corazón.

Admiro mi bull-terrier, Typhon, quien puede gruñir y rabiar y trata de matar mientras menea la cola Es evidente que para él es deporte —y que goza haciéndolo— el gruñir y despedazar a su oponente. Puede aprenderse una gran lección de él. No dará a su víctima la satisfacción de creer que, en medio de su rabia, puede no disfrutarlo. Al contrario, es una molestia para su víctima, mucho más porque su víctima nunca podrá estar satisfecha como el masoquista se satisface de los sufrimientos de otros. A menos que puedas gozar y regocijarte en hacer a tu antagonista miserable, te quitará un poco de vitalidad gracias a la ira insípida que ha despertado en ti. La sobriedad de tu ira incrementará tus sentimientos de caridad a cada golpe que des, y cada vez será menor. A través de la práctica, he desarrollado una fórmula para que mi ira se convierta en un deporte agradable, automáticamente y sin esfuerzo, para que alguien tenga pocas oportunidades —si es que las tiene— de sacar algo de placer a costa de mi ira.

Desafío los deseos de mis enemigos para que me enferme recreándome en su disgusto. Si no les causara dolor, no sería su enemigo. Si no necesito hacer nada a excepción de existir en mi forma actual, para conseguir enemigos, soy de hecho muy afortunado, ya que conocerme es odiarme. Uno odia lo que uno teme. He adquirido poder sin esfuerzo consciente, solo por el hecho de ser.

Nunca moriré porque mi muerte enriquecería a los incompetentes, nunca podría ser así de caritativo.

¿Es irónico que las únicas veces que he progresado sea cuando he herido a alguien más? ¿O es que el mal termina por conquistar el bien al final? Tal parece que lo malo (el miedo) es lo que nos mueve, mientras que la bondad es complacencia y resignación. La Bondad invoca ya sea aprobación o desprecio dulzón. Lo Malo crea acción y reacción. Sin eso la raza habría muerto hace tiempo. No es que hubiera sido tan terrible, a excepción de que habría significado la exterminación de los Demonios —aquellas personas que aman la vida lo suficiente que quieren experimentar conscientemente sus placeres, los placeres que idean y descubren por sí mismos.

Hace un tiempo, cuando tenía ciertas creencias entremezcladas, encontré en “Ningún hombre es una Isla” de John Donne la justificación de la mediocridad inclusive de mí mismo. “Porque la gente necesita de la gente”, es ahora una justificación bastante insuficiente para que exista. Yo necesito personas —ciertas personas, no gente. La palabra gente ha alcanzado una connotación igualitaria que encuentro repugnante.

Hay algunos hombres que son islas, completamente de ellos mismos, pero la mayoría son piezas del continente —partes de un todo. Si un terrón —algunos son terrones— de tierra se lo traga el mar, la tierra principal se enriquece, aunque más pequeña. Si un promontorio es absorbido por el mar, esto causaría algo de alarma si digamos, la casa de uno estaba construida sobre él. Pero ninguna muerte, a excepción de la muerte de alguien que me sea cercano, me disminuye o afecta. La muerte de otras personas hace de la tierra un lugar mejor más dulce para aquellos que tienen la capacidad de saborear cada momento que viven sobre ésta. Cada muerte de un zángano inútil me enriquece. Yo me dedico a crecer, a evolucionar, y lo mejor que puede hacer un muerto incompetente es servirme de fertilizante. Entonces, aunque la tierra sea menor en tamaño, será más rico su suelo y más abundante su producto. Por lo tanto, nunca mandes a preguntar por quién dobla la campana. Dobla porque se le paga a alguien para que tire de la soga.

"The Devil's Notebook"
Anton Szandor LaVey ©1992