JESÚS NO NACIÓ EL 25 DE DICIEMBRE


JESÚS NO NACIÓ EL 25 DE DICIEMBRE
Ni en Belén, ni ese era su nombre

Este 25 de diciembre, millones de creyentes de decenas de países celebraron una de las festividades más importantes del cristianismo, la que conmemora el nacimiento de Jesús en Belén, en la actual Palestina. Sin embargo, según un artículo de The Telegraph, este no nació un 25 de diciembre, ni lo hizo en Belén, ni ese era su verdadero nombre.

EL NOMBRE
En primer lugar, el nombre Jesús es la versión latinizada del nombre griego 'Ἰησοῦς' (así es mencionado en el Nuevo Testamento, escrito en griego), que a su vez es una interpretación del nombre original hebreo Yeshua.

En segundo lugar, el año, lugar y fecha del nacimiento de Yeshua son desconocidos. Solo hay dos registros, ambos escritos mucho tiempo después de que este ocurriera por personas que nunca lo conocieron.

EL AÑO
  • El Evangelio de Mateo dice que Jesús nació "en los días del rey Herodes". Herodes murió en el año 4 antes de Cristo. Entonces, si Mateo tiene razón, Jesús nació antes del 4 a. C.
  • El Evangelio de Lucas no detalla quién era el rey cuando nació Jesús. Sin embargo, sí dice que Herodes era rey cuando Isabel —que afirma que era la prima de María— concibió a Juan el Bautista un poco antes.
En cambio, el apóstol Lucas sostiene que mientras María estaba embarazada "salió un decreto de Augusto que decía que todo el mundo debería pagar impuestos". Según el diario británico, el único censo fiscal conocido en la región en el período fue ordenado por Publio Sulpicio Quirinio, gobernador romano de Siria, quien lo comisionó en el año 6 d. C. Así que ni Mateo ni Lucas pueden tener razón, ya que hay una disparidad de diez años entre ellos.

EL LUGAR
La siguiente pregunta es dónde nació Jesús. Lucas señala que María y José vivían en Nazaret (en Galilea), pero viajaron hacia el sur hasta Belén (en Judea) para registrarse para el censo de impuestos, porque José era originario de este lugar.

Sin embargo, la tributación en aquel entonces, como ahora, era pagada por las personas ahí donde vivían y no existía "un fundamento económico o administrativo para viajar al lejano lugar de nacimiento de un ancestro remoto para registrarse para los impuestos", señala el artículo. Tampoco hay registro de que tal requisito hubiera sido impuesto alguna vez en el Imperio romano.

EL DÍA
Tampoco resulta sencillo determinar en qué día del año nació Yeshua. La Biblia no especifica un día, ni siquiera una estación, lo cual no es sorprendente, ya que los judíos y los primeros cristianos no solían celebrar la fecha del nacimiento de las personas. Era, de hecho, algo tan poco importante, que los Evangelios de Marcos y Juan no se ocupan de esta cuestión en absoluto, y simplemente comienzan sus narraciones cuando Jesús era ya adulto.

Con toda probabilidad, la Iglesia primitiva fijó el cumpleaños de Jesús el 25 de diciembre porque era ya un día tradicional de celebración, y además con un simbolismo muy poderoso. En el calendario romano, el 25 de diciembre era el solsticio de invierno. Bajo el Imperio romano, ese día se celebraba la fiesta del 'Natalis Solis Invicti' ('Nacimiento del Sol invicto').

LA HISTORIA ORIGINAL DE PINOCHO ES MUY MACABRA


LA HISTORIA ORIGINAL DE PINOCHO ES MUY MACABRA
Ahorcado, quemado y desollado

El verdadero Pinocho, el personaje original, no es ese tierno muñequito de pajarita azul y sombrero con pluma. No es una marioneta mofletuda y simpática, siempre rodeada de amigos, que se pasea por fantásticos paisajes acompañado junto al magnífico Pepito Grillo.


Es cierto que en nuestro imaginario, perfilado por la película de Disney, Pinocho también es un niño de madera rebelde y algo travieso. Pero como la de todos los niños, su maldad es entrañable, dulce.

Sin embargo, en la historia original, Pinocho es un niño muy diferente: es un vagabundo pobre y hambriento; un ser avaricioso y sin escrúpulos que, cuando un grillo parlante trata de explicarle que quizá no se está comportando correctamente, lo estrella contra la pared a golpe de martillo.
"Al oír estas últimas palabras, Pinocho se levantó enfurecido, agarró del banco un martillo y lo arrojó contra el Grillo-parlante. [...] Lo alcanzó en toda la cabeza, hasta el punto que el pobre Grillo casi no tuvo tiempo para hacer cri-cri-cri, y después se quedó en el sitio, tieso y aplastado contra la pared".
Las primeras versiones de Pinocho son obra del italiano Carlo Collodi. Las escribió de forma semanal entre 1881 y 1882 para el primer periódico italiano para niños, Il Giornale per Bambini, donde aparecían con las ilustraciones de Ugo Fleres. Más tarde, estas historias se publicarán de forma conjunta bajo el titulo de Las aventuras de pinocho, esta vez con la ayuda del dibujante Enrico Mazzanti.  

Ya desde el inicio, no nos encontramos con una introducción al uso, sino que nos topamos con un mundo de hadas bastante ambiguo. El narrador se dirige a los niños, sí, pero con una autoconsciencia especial que nos obliga a una doble lectura:


"Había una vez...
-¡Un rey! -dirán en seguida mis pequeños lectores.
- No, muchachos, se equivocan. Había una vez un pedazo de madera. No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña de esos palos que en invierno se meten en las estufas y chimeneas para encender el fuego y caldear las habitaciones".
Las historias de Colli son un retrato de la Italia pobre y hambrienta de finales del s. XIX, y la función moralizante que han de cumplir sus personajes no está tan clara como en otras cuentos clásicos. Se ha señalado que en él hay una defensa de la educación frente a la holgazanería, y es cierto que la presentación de Pinocho como un ser desobediente y engañoso forma parte de este relato.

Sin embargo, la crueldad del retrato va mucho más allá de su supuesta función pedagógica. Pinocho no es solamente un niño mal educado, un pequeño salvaje todavía por civilizar. Quizá sea exagerado decir que se trate de un ser maligno, pero en él no hay inocencia alguna. Está rodeado de violencia y sordidez: incluso cuando él es la víctima, es difícil sentir empatía.

En una de las escenas más duras, un Pinocho hambriento decide ir a mendigar por las calles. Lo hace de noche y en medio de la tormenta. Pero en lugar de comida, los vecinos le echan un cubo de agua encima. Tratando de secarse, se acerca a un pequeña hoguera para calentarse. Cansado y muerto de hambre, pero acunado por el calor, termina por dormirse.

Cuando se despierta, Pinocho descubre que tiene las piernas calcinadas.

Justo en ese momento, Geppetto está intentando entrar en casa, pero no se cree al mentiroso títere cuando éste le explica que no puede abrirle la puerta porque no puede andar. El narrador aprovecha para recrearse explicandonos como, con los miembros carbonizados, Pinocho se imagina toda una vida arrastrándose sobre sus piernas amputadas por el fuego.

Finalmente Geppetto puede reconstruirle las piernas, pero se nos da a entender que habría sido mejor no hacerlo. El pobre carpintero no solo deja de comer para que Pinocho pueda hacerlo, sino que además empieza a vender sus enseres. El pequeño muñeco aprovecha las ganancias para derrochar y meterse en nuevos líos: es su pecado capital y por el que sufrirá una cantidad absurda de padecimientos.



De todos ellos, quizá el más abiertamente violento es el que lo involucra con unos ladrones que lo perseguirán durante horas hasta una especie de casa encantada, en la que el muñeco intenta buscar refugio. Tras mucho rato llamando a la puerta, desesperado, sin obtener respuesta:

"Entonces asomó a la ventana una hermosa joven de cabellos azules y rostro blanco como una figura de cera, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, la cual, sin mover los labios, dijo con una vocecita que parecía llegar del otro mundo:
- En esta casa no hay nadie. Están todos muertos.
- ¡Ábreme tú, por lo menos! - gritó Pinocho, llorando y suplicando.
- Yo también estoy muerta.
- ¿Muerta? Y entonces, ¿qué haces en la ventana?
- Espero el ataúd que vendrá a llevarme".

Tras este bizarro encuentro con el fantasma de una mujer muerta, los ladrones empiezan a acuchillar a Pinocho entre los riñones. Sin embargo, como al ser de madera parece no sufrir nada, deciden pasar a otra cosa:

"-Ya sé -dijo entonces uno de ellos-, es preciso ahorcarlo. ¡Ahorequémoslo!
- ¡Ahorquémoslo! - repitió el otro.
Dicho y hecho. Le ataron las manos a la espalda, le pasaron un nudo corredizo en torno al cuello y lo colgaron de la rama de un gran árbol, llamado la Gran Encina. [...] -Adiós, hasta mañana. Esperamos que cuando volvamos aquí mañana tendrás la amabilidad de estar bien muerto y con la boca abierta de par en par".

Pero para Pinocho la cosa no termina aquí.

Primero, tras el altercado con los ladrones, lo encarcelarán. Luego, tratarán de freírlo en aceite hirviendo junto a un montón de peces. Finalmente, se verá convertido en asno y vendido a un circo, donde lo obligarán a bailar y a saltar a través de aros.



Lo peor, sin embargo, vendrá cuando se quede cojo y no pueda actuar más: será vendido a un hombre que quiere desollarlo para hacerse un tambor con su piel.

"¡Los dejo imaginar, muchachos, el 'placer' del pobre Pinocho cuando oyó que estaba destinado a convertirse en tambor!
El caso es que el comprador, en cuanto pagó los veinte centavos, llevó al burro a una roca que estaba a orillas del mar; le puso una piedra al cuello, lo ató por una pierna a una cuerda que sujetaba en la mano, le dio repentinamente un empujón y lo arrojó al agua.
Pinocho, con aquel peso en el cuello, se fue muy pronto al fondo; y el comprador, con su cuerda bien agarrada en la mano, se sentó en la roca, esperando que el burro muriese ahogado para después quitarle la piel".

Estas son solo algunas de las sórdidas aventuras que envuelven al personaje original. Pero el caso de Pinocho es especialmente sorprendente, en la medida que no se trata de un mito o arquetipo ancestral que haya sido reproducido y modificado a lo largo del tiempo.

Consiste, por el contrario, en un cuento deliberadamente oscuro, escrito para reflejar la penuria social y moral de toda una época. Además, Collodi juega con la literatura infantil, forzando los límites de los cuentos de hadas, hasta el punto de convertir su historieta en un catálogo de atrocidades que solo recurre a lo fantástico para amoldar y justificar tales horrores.

EL DELICADO EROTISMO DEL SACRIFICIO VÉDICO



El sacrificio védico busca abarcarlo todo, en su perímetro litúrgico está el universo entero, y cada cosa corresponde a otra -la mantequilla es el fuego, es el semen, es el dios, etc. El sacrificio es el acto que los dioses hicieron primero, el acto con el que se creó el mundo,  y es también el acto con el que el hombre se hace como los dioses. Un acto todo-abarcante, todo-inclusivo, por supuesto, debe de incluir no sólo el sexo sino también el erotismo. 

Roberto Calasso, en su extenso estudio del sacrificio védico y el ardor fundacional (el tapas), basado en el Satapatha Brahmana y en algunos himnos del Rig Veda, hace un fina lectura de la presencia siempre latente del erotismo en la arena del sacrificio. Sacrificios con los que se buscaban a veces cosas mundanas como la fertilidad de la tierra, eliminar a un enemigo y demás, pero que siempre estaban permeados por el deseo de alcanzar el cielo, el estado de los dioses. Explica Calasso: “El altar es un mujer. Tiene las proporciones de la mujer perfecta”. La mujer debe de ser vestida, se cubre el altar de “fina grava o con arena, para revestir su cuerpo con una película levemente brillante. Después con pequeñas ramas y con hierba. La mujer -el altar- se embellece, es ayudada a embellecerse a la espera de que se ‘presenten los dioses’. Así pasa una noche”.


Finalmente entra su amante, el fuego, “porque el altar (vedi) es femenino y el fuego (agni) es masculino La mujer yace envolviendo al hombre. Así acontece un coito fecundo. Por eso él levanta los dos extremos del altar sobre los dos costados del fuego”.

[…] La escena sacrificial era también una escena erótica. Donde no era necesario que la cópula sucediese bajo la mirada de una multitud, como en el sacrificio del caballo. A veces bastaba con la aparición de un ser femenino para que el semen fuera vertido. Algunos de los rsi más poderosos [los sabios que vieron los himnos en el cielo] tuvieron este origen que señala la sobreabundancia de su vida mental. Nacieron, en efecto, sin que su padre tuviera necesidad de tocar el cuerpo de la madre. Tan invasivo era el deseo, kama, que una vez Prajapati -Kama era otro de sus nombres- vertió el semen a la vista solamente de Vac durante un largo sacrificio. Era un sattra de tres años, que estaba celebrando junto con los Deva y los Sadhya, los oscuros dioses que habían precedido a los Deva. “Allí, a la ceremonia de iniciación, llegó Vac [la Palabra] en forma corpórea. Al verla simultáneamente fue vertido el semen de Ka y de Varuna. Vayu, Viento, lo dispersó en el fuego a su gusto. Después de las llamas nació Bhrgu y el vidente Angiras de las brasas. Vac al ver a los dos hijos,  al mismo tiempo que ella misma era vista, dijo a Prajapati: 'Que nazca un tercer vidente, además de estos dos, como hijo mío'. Parajapti a quien estas palabras fueron dirigidas, dijo a Vac: 'Que así sea' ”. Entonces nació el vidente Atri, igual en esplendor a Sol y Fuego.

[…] En muchas ocasiones, para justificar el silencio que debe acompañar a ciertas operaciones del rito, el Satapatha Brahaman dice: “Porque aquí en el sacrificio hay semen, y el semen se vierte en silencio”. Desde el momento en que se instalan los fuegos hasta el final de la liturgia, nos encontramos en medio de un campo de tensiones eróticas y los actos culminan en momentos de silencio en los que se vierte el semen.

[…] Había un sacerdote, el nestr, cuya función principal era escoltar y guiar a la esposa del sacrificante -única mujer presente- hacia la escena del sacrificio. Sin embargo, la esposa no tenía reservada ninguna función importante. Sólo dos gestos, delicados, eróticos, que el nestr vigilaba. En tres ocasiones la esposa crizaba la mirada con el udgatr, el “cantor”. Con esto bastaba para que sucediese la unión sexual, una de las numerosas que escandían el rito. Porque la mujer, en esos instantes, pensaba. “Tu eres Prajapati, el macho, el que aporta el semen: ¡pon el semen en mi!” Después la esposa se sentaba y en tres ocasiones descubría el muslo derecho. En tres ocasiones se echaba allí, en silencio, el agua Pannejani [agua lustral], que había recogido esa mañana. Todos callaban, se oía sólo el leve fluir del agua. Después, la esposa volvía a quedar oculta detrás de una cortina.

En un determinado momento el sacrificante ponía frente a su consorte una vasija con manteca clarificada y le ordenaba que la mirase. La mujer, así, “baja la vista hacia la manteca sacrificial”. Entonces, se nos dice,  “la manteca clarificada es el semen”. Por eso lo que sucede en ese momento, entre el ojo de la mujer y la manteca, es “un coito fecundo”.

-Roberto Calasso, El Ardor, pag 238-241

LOS POEMAS PORNOGRÁFICOS DE ALEISTER CROWLEY


LOS POEMAS PORNOGRÁFICOS DE ALEISTER CROWLEY
- Herejía erótica y misticismo -

Aleister Crowley fue muchas cosas, pero quizás lo que más quiso, al menos en su juventud, fue ser poeta. Sin nunca alcanzar las alturas líricas de su archirival W.B. Yeats, la Gran Bestia dejo un cuerpo poético que alcanza ciertos resplandores, fruto de su conciencia alterada: más que nadie más allá de lo ordinario. Si hay una constante en este fascinante hombre-camaleón es su gusto por el shock, por agredir las "buenas costumbres" de la sociedad victoriana.  Crowley tomó como máxima la idea de que lo único sagrado es que no hay nada sagrado, ya que el hombres no solo es imagen de la divinidad, sino que participa en ella (es la flama que arde "como un sol invisible" en el cuerpo) y por lo tanto la ley es haz lo que quieras. El Último Mago de Occidente alguna vez se preguntó: "¿Si supieras que eres dios y que todos los demás son igual que tú, les dirías?”. Y este (auto)conocimiento de la divinidad, en buen medida, surgió a partir del sexo: el teatro cósmico donde la bestia operaba su magia. Crowley hizo del sexo una ciencia mística:
No confiamos ni en la Virgen ni en la Paloma;
Nuestro método es Ciencia, nuestro objetivo Religión
Para llegar al punto en el que sus encuentros sexuales abrían portales dimensionales o canalizaban espíritus cósmicos (copulando con su Diosa Escarlata o su aprendiz per vas nefandum: el ojo de Horus), Crowley tuvo que experimentar ampliamente, abandonando los límites establecidos por la moral. Haciendo del libido algo metalúdico, en lo que se ponen en juego las fuerzas creativas del universo, llegó a probar todo tipo de operaciones sexuales, incluyendo su famosa Misa del Fénix, en la que consumía "pasteles de luz" horneados con semen, sangre, saliva, como hostia:

"Una eucaristía de algún tipo debe de ser consumada diariamente por todo mago, y debe de ser considerada como el mayor sustento de su vida mágica. Es más importante que cualquier otra ceremonia, porque es un círculo completo. La totalidad de la fuerza gastada es reabsorbida; la virtud es la vasta ganancia representada por el abismo entre el Hombre y Dios… El mago se llena de Dios, se hincha, se intoxica de Dios".

En 1896, bajo un seudónimo, Crowley, quien gastó buena parte de su dinero en publicar sus libros, escribió el poemario White Stains, una evidente referencia al amancillamiento del esperma. Con temas como la pedofilia, la bestialidad, la necrofilia e incluso la teofilia, el poeta atraviesa todo el universo sexual desde la decadencia mágica.  En Necrofilia escribe:

Para verter dentro de tu corazón la semilla
mezclada con la descarga venenosa
a partir de una glándula hinchada, inflamada y grande
con la raza deliciosa de la gonorrea;

Para profundizar en tu vientre, y beber
los líquidos ateos, y la piscina
de fétida putrefacción de las heces
que tu cadáver ahorcado dio, cuyo olor delicioso
excita estas canciones sublimes.

La verga obtiene un nuevo deseo;
penetra, aúlla, aprisiona, chupa,
delira, chilla, mastica, exalta la cogida,
¡Espera! ¡Me vengo! ¡Muero! ¡Dios mío!

Si bien en estos poemas tempranos Crowley no hace patente la magia sexual, en la decadencia está la llave, puesto que de esta forma el hombre se destruye y puede renacer de sus cenizas, además de que se convierte en todos los hombres, al arrastrarse por el abismo de las almas. 

En "With Dog and Dame: An October Idyll" vemos al poeta que se libera del tabú y concreta un trío con una mujer y un gran danés:

El otoño llega al tiempo que nos tendemos
en las mulldas nubes de luz de celosía
que anuncuan la oscuridad, pero distinguimos
un guiño ingenuo a través la noche,
mi amante, mi gran danés y yo

... y mis ojos fijan el rapto,
como en la cama él lame los labios
flojos de ella, e intenta
tentar su lengua. Mi fuego aumenta.

Sus pechos pesados y colgantes atraen
mis dientes y se enjoyan con sangre,
su mano prepara el sacrificio
que desea de mí, la inundación
que viene de los los santuarios del Paraíso
su otra mano tiene la malicia
para para despertar la locura del Danés,
cuya mirada cárdena se amotina,
los ojos de ella pierden la calma que tenían,
mi cuerpo crece, henchido de amor.

Y en "Jewess", la Bestia encuentra la escandalosa nota de la más alta herejía, propinando un facial a la divinidad cristiana:

Ella era de noble cuna, y —lo mejor—
una judía; sus malévolos labios invitaron
a los míos a probarlos; sostuve su pecho,
fresco desde la crucifixión de Cristo;
Parecía que sus muslos hervían con la sangre
sorbida del bastardo de Dios.

... ¡Sus pechos son mi Gólgota!
¡Sus labios, sus miembros empapados!
Su secreto y ceñido baluarte
de placeres —¡absolutamente delicioso!— parece 
la hendidura que la lanza abrió en su costado
dentro de la cual me regodeo del Crucificado.

Más allá de cierta vulgaridad, de ciertos versos de desidiosa hechura, lo que subyace energéticamente es una estrategia de libertad. En la época de Crowley el tabú y la represión sexual eran los primeros enemigos de la libertad humana, que se encuentra en el autoconocimiento y, por lo tanto, necesariamente en la exploración del cuerpo, hasta el punto de que pueda ser hackeado y se descargue en él el espíritu. Para esto Crowley utilizaba, como parte de sus artes amatorias, drogas como la mescalina, el hachís y los opiáceos, creando un psico-cóctel mágico diseñado para romper la estructura, la armadura corporal  y en el aniquilamiento recibir el relámpago de la divinidad. Pocas personas en el planeta encarnaron mejor aquella frase de William Blake: "El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría", que la Gran Bestia, un hombre que más allá de que comulguemos o  no con el ocultismo (y quizás nos asuste su presunto satanismo), nos enseñó a cuestionar la realidad y la autoridad e ir más allá, siempre más allá, a una región donde un orgasmo puede extenderse sin final.