LOS POEMAS PORNOGRÁFICOS DE ALEISTER CROWLEY
- Herejía erótica y misticismo -
Aleister Crowley fue muchas cosas, pero quizás lo que más quiso, al menos en su juventud, fue ser poeta. Sin nunca alcanzar las alturas líricas de su archirival W.B. Yeats, la Gran Bestia dejo un cuerpo poético que alcanza ciertos resplandores, fruto de su conciencia alterada: más que nadie más allá de lo ordinario. Si hay una constante en este fascinante hombre-camaleón es su gusto por el shock, por agredir las "buenas costumbres" de la sociedad victoriana. Crowley tomó como máxima la idea de que lo único sagrado es que no hay nada sagrado, ya que el hombres no solo es imagen de la divinidad, sino que participa en ella (es la flama que arde "como un sol invisible" en el cuerpo) y por lo tanto la ley es haz lo que quieras. El Último Mago de Occidente alguna vez se preguntó: "¿Si supieras que eres dios y que todos los demás son igual que tú, les dirías?”. Y este (auto)conocimiento de la divinidad, en buen medida, surgió a partir del sexo: el teatro cósmico donde la bestia operaba su magia. Crowley hizo del sexo una ciencia mística:
No confiamos ni en la Virgen ni en la Paloma;
Nuestro método es Ciencia, nuestro objetivo Religión
Para llegar al punto en el que sus encuentros sexuales abrían portales dimensionales o canalizaban espíritus cósmicos (copulando con su Diosa Escarlata o su aprendiz per vas nefandum: el ojo de Horus), Crowley tuvo que experimentar ampliamente, abandonando los límites establecidos por la moral. Haciendo del libido algo metalúdico, en lo que se ponen en juego las fuerzas creativas del universo, llegó a probar todo tipo de operaciones sexuales, incluyendo su famosa Misa del Fénix, en la que consumía "pasteles de luz" horneados con semen, sangre, saliva, como hostia:
"Una eucaristía de algún tipo debe de ser consumada diariamente por todo mago, y debe de ser considerada como el mayor sustento de su vida mágica. Es más importante que cualquier otra ceremonia, porque es un círculo completo. La totalidad de la fuerza gastada es reabsorbida; la virtud es la vasta ganancia representada por el abismo entre el Hombre y Dios… El mago se llena de Dios, se hincha, se intoxica de Dios".
En 1896, bajo un seudónimo, Crowley, quien gastó buena parte de su dinero en publicar sus libros, escribió el poemario White Stains, una evidente referencia al amancillamiento del esperma. Con temas como la pedofilia, la bestialidad, la necrofilia e incluso la teofilia, el poeta atraviesa todo el universo sexual desde la decadencia mágica. En Necrofilia escribe:
Para verter dentro de tu corazón la semilla
mezclada con la descarga venenosa
a partir de una glándula hinchada, inflamada y grande
con la raza deliciosa de la gonorrea;
Para profundizar en tu vientre, y beber
los líquidos ateos, y la piscina
de fétida putrefacción de las heces
que tu cadáver ahorcado dio, cuyo olor delicioso
excita estas canciones sublimes.
La verga obtiene un nuevo deseo;
penetra, aúlla, aprisiona, chupa,
delira, chilla, mastica, exalta la cogida,
¡Espera! ¡Me vengo! ¡Muero! ¡Dios mío!
Si bien en estos poemas tempranos Crowley no hace patente la magia sexual, en la decadencia está la llave, puesto que de esta forma el hombre se destruye y puede renacer de sus cenizas, además de que se convierte en todos los hombres, al arrastrarse por el abismo de las almas.
En "With Dog and Dame: An October Idyll" vemos al poeta que se libera del tabú y concreta un trío con una mujer y un gran danés:
El otoño llega al tiempo que nos tendemos
en las mulldas nubes de luz de celosía
que anuncuan la oscuridad, pero distinguimos
un guiño ingenuo a través la noche,
mi amante, mi gran danés y yo
... y mis ojos fijan el rapto,
como en la cama él lame los labios
flojos de ella, e intenta
tentar su lengua. Mi fuego aumenta.
Sus pechos pesados y colgantes atraen
mis dientes y se enjoyan con sangre,
su mano prepara el sacrificio
que desea de mí, la inundación
que viene de los los santuarios del Paraíso
su otra mano tiene la malicia
para para despertar la locura del Danés,
cuya mirada cárdena se amotina,
los ojos de ella pierden la calma que tenían,
mi cuerpo crece, henchido de amor.
Y en "Jewess", la Bestia encuentra la escandalosa nota de la más alta herejía, propinando un facial a la divinidad cristiana:
Ella era de noble cuna, y —lo mejor—
una judía; sus malévolos labios invitaron
a los míos a probarlos; sostuve su pecho,
fresco desde la crucifixión de Cristo;
Parecía que sus muslos hervían con la sangre
sorbida del bastardo de Dios.
... ¡Sus pechos son mi Gólgota!
¡Sus labios, sus miembros empapados!
Su secreto y ceñido baluarte
de placeres —¡absolutamente delicioso!— parece
la hendidura que la lanza abrió en su costado
dentro de la cual me regodeo del Crucificado.
Más allá de cierta vulgaridad, de ciertos versos de desidiosa hechura, lo que subyace energéticamente es una estrategia de libertad. En la época de Crowley el tabú y la represión sexual eran los primeros enemigos de la libertad humana, que se encuentra en el autoconocimiento y, por lo tanto, necesariamente en la exploración del cuerpo, hasta el punto de que pueda ser hackeado y se descargue en él el espíritu. Para esto Crowley utilizaba, como parte de sus artes amatorias, drogas como la mescalina, el hachís y los opiáceos, creando un psico-cóctel mágico diseñado para romper la estructura, la armadura corporal y en el aniquilamiento recibir el relámpago de la divinidad. Pocas personas en el planeta encarnaron mejor aquella frase de William Blake: "El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría", que la Gran Bestia, un hombre que más allá de que comulguemos o no con el ocultismo (y quizás nos asuste su presunto satanismo), nos enseñó a cuestionar la realidad y la autoridad e ir más allá, siempre más allá, a una región donde un orgasmo puede extenderse sin final.