DIABLOS Y DEMONIOS

 En la mitología cristiana, encontramos diversos nombres para esta entidad, pero en su mayoría ellos corresponden a nombres posteriores a los textos bíblicos o imágenes agregadas por conveniencias políticas, no existiendo, salvo por un par de nombres, evidencia de un ser preexistente a esta tradición. Este último es el caso de uno de los nombres más reconocidos del demonio, Lucifer.

Lucifer, nombre de origen latín, significa el portador de luz, denominación que los romanos daban a la estrella Venus matinal. Lucifer, hijo de Aurora, personificación del alba, era quien anunciaba la aparición de un nuevo sol y daba fin al reinado de las sombras. Su imagen no calza con lo que comúnmente se podría denominar una figura maligna, ni mucho menos con una entidad demoníaca.

La asociación del demonio con este nombre viene de un versículo de Isaías, donde se anuncia la caída del imperio babilónico. Allí la estrella de la mañana es metáfora de la realeza, símbolo muy usado por esos tiempos. En una traducción al latín del libro de Isaías es donde por primera vez aparece el nombre Lucifer, su asociación con el diablo es posterior a la citada traducción.

Sin duda, la denominación más popular para el demonio es Satanás, nombre compuesto de las palabras Shaitán y Nahas, literalmente “la serpiente enemiga”. El nombre Shaitán es el usado en el libro de Job al referirse al ángel que pone a prueba la fe de los hombres. Shaitán es quien, bajo la mirada de Yahvé, tienta a los hombres, los hace sufrir (de ahí el nombre del adversario o enemigo) para comprobar la fidelidad a dios. La asociación con la serpiente (Nahas) se debe a que el papel del tentador es tomado por una serpiente en el Génesis.

Otros nombres generalmente asociados con el diablo son el de Belcebú, Baphometh y Leviatán. El primero es una forma del dios cananeo Baal, el segundo una figura dual asociada a los templarios que supuestamente representaba la gnosis y el tercero un monstruo marino, posiblemente una serpiente marina, utilizado como figura poética por David.

Imágenes que, si calzan con la apreciación contemporánea del diablo, las encontramos en el libro de Enoch. Estos son los ángeles caídos, liderados por Azazel (dios cabra). Según el libro de Enoch es Azazel quien enseña a los hombres el arte de la joyería, la herrería, la fabricación de armas. La tradición popular en cambio, lo describe como un demonio salvaje del desierto, responsable de la locura y algunas enfermedades mentales. Es la figura de los caídos la que toma el islam bajo el nombre de Iblis, la desesperación.

Si existe un demonio real en la tradición judeo-cristiana es Abigor (o Eligor), a quien se le atribuía el patronato sobre la guerra y la magia. Aunque adornado por la iconografía medieval y unido a los demonios de las clavículas, la imagen de Abigor es anterior al judaísmo.

Es muy probable que, tanto el conjunto de los caídos como Abigor correspondan a la misma entidad y sean las formas en que los hebreos absorbieron el mito árabe de los Djinns, espíritus de fuego, habitantes del desierto, los que, si bien poseían características malignas, no eran demonios propiamente tales, sino símbolos de las inclemencias de la vida nómada y de los peligros de aventurarse en solitario en tan inhóspitas tierras.

Parece ser que los demonios representan algo más que la maldad. Entregan conocimiento al hombre, le dan el poder para evolucionar. Incluso, las dos alocuciones más comunes para referirse a una entidad maléfica en castellano también presentan ambigüedades acerca de su asociación con el mal. Diablo y demonio, en griego tenían una connotación divina. Ambas se referían a una especie de seres intermedios entre hombres y dioses. La palabra griega daimon tiene la misma raíz que el vocablo iraní daeva, también de connotación maligna, la cual encuentra su origen en el sánscrito deva, los dioses de la India.

Platón entrega también un término utilizado muchas veces como sinónimo de lo maligno, el demiurgo. Dentro del formulamiento platónico, este ser es quien dio forma al mundo material por medio de su contemplación de las eidos (formas) o ideas. Gracias a la influencia gnóstica y la mala interpretación de la filosofía platónica, esta imagen tomó el carácter de desligador espiritual, el que envileció la creación por medio de la materia. La realidad de este ser es crear la materia para producir en el hombre la inquietud de buscar la verdad, para trascender lo aparente, lo falible y saltar hacia las respuestas irrefutables, a la idea ultima de la verdad. Nuevamente en este caso nos encontramos ante una finalidad evolutiva.

Una consideración adicional. La función del demonio no es hacer el mal, sino ser una especie de catalizador para éste, su presencia pasiva es suficiente para que la posibilidad del mal se manifieste. Es solo el hombre, gracias al libre albedrío el que puede decidir cómo actuar.


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