EL BEBÉ DE ROSEMARY:
Una
mirada Satánica a una de las Películas más Aterradoras de todos los tiempos.
Matt G. Paradise ©1998
Es gracioso —y hasta irónico— ver qué poca atención
Satánica se le ha dado a esta película. Claro, hay esas tres escasas menciones
en el libro de la Suma Sacerdotisa Blanche Barton; “La Iglesia de Satán”, y tal vez en algún viejo boletín Satánico
haya una o dos breves reseñas, pero es muy rara la atención Satánica o no,
sobre reseñas, que se merece a esta gema. (Aunque, para ser justos, cierto
magazín de TV la catalogaba como una de las películas más aterradoras de todos
los tiempos). Espero remediar aquí, tamaña omisión.
Pero primero pongamos algunos de nuestros pobres y
desinformados lectores al corriente de lo que estoy hablando (haré referencia
tanto a la novela como al filme, ya que ambos son merecedores de elogios
considerables).
“El Bebé de Rosemary” nos presenta a nuestros
dos personajes; Rosemary y Guy Woodhouse, implicados en lo que
lentamente se revela a sí misma como una conspiración Satánica para traer al mundo
de la carne al hijo de Satanás. Sin embargo, Rosemary se haya sin saberlo en el
centro de este plan, y es su paulatino descubrimiento de estos actos ocultos lo
que da el escenario para las 2 horas y 14 minutos que dura la adaptación para
el celuloide.
El epicentro de la historia yace en una casa de
apartamentos localizada en Central Park West, la cual, tanto en la novela como
en la película, se le llama "Negra
Bramford". La misma Bramford
añade un aura tenebrosa al argumento, con sus corredores estrechos y oscuros, y
sus altos techos victorianos, casi hasta el punto de hacer del edificio un
personaje real.
La apariencia del apartamento no pasa desapercibida para
nadie, mucho menos para Rosemary. Poco después de que ella y Guy se han mudado
a su nuevo hogar, ella procede a hacer pintar de blanco el apartamento, tal vez
como un exorcismo inconsciente para quitar el residuo histórico de la Bramford: el fantasma errabundo de dos
ancianas caníbales/asesinas de niños y actividades sanguinarias y posterior
muerte del líder de una secta. La esterilización de factor apartamento de los Woodhouse,
aparece ampliamente contrastada con la atmósfera menos homogeneizada del
apartamento propiedad de la anciana pareja que pronto conocerán.
Estos vecinos, Minnie y Roman Castevet, son una
rimbombante pareja bastante peculiar y quienes, como pronto se descubrirá,
también son líderes de un conventículo Satánico, y quienes no sólo propulsan la
difícil carrera actoral de Guy gracias a su devoción al Diablo, sino que también lo convencen de ayudarles a tomar prestado
el vientre para que sea posible la concepción y nacimiento del hijo de Satanás.
(Como dato curioso, Ruth Gordon ganó un Oscar en esta película por su
interpretación de Minnie, fue la única persona de la cinta que fue
galardonada).
A medida que se desarrolla la trama, Rosemary da ciertos
pasos para proteger a su hijo del grupúsculo,
un hijo del cual cree que su sangre va a ser utilizada como ofrenda al Diablo,
y no que es producto de la genética diabólica. A semejanza de la pintura
simbólica de su apartamento, todos los esfuerzos de Rosemary por escapar del
Diablo y sus acólitos son en vano: personas en las que confiaba resultaban ser
parte de la secta, mientras que otros morían por causas inexplicablemente, o
estaban “hechizados”.
El Bebé nace y, sin que lo sepa Rosemary, es cuidado por
la secta. A Rosemary se le informa que su niño murió durante el trabajo de
parto. Después de numerosos incidentes —como por ejemplo, el llanto lejano de
un bebé —Rosemary decide investigar. Cuchillo en mano, atraviesa un pasadizo
secreto que comunicaba su apartamento con el del matrimonio Castevet, y es allí
donde se enfrenta a la verdadera conspiración: que el conventículo no quería
matar a su Bebé, sino alabar y celebrar su existencia. Este concepto, junto con
unas cuantas referencias aparentemente oscuras, difícilmente era algo
coincidencial.
Interpretando supuestamente la extremadamente breve parte
del Diablo, y actuando como “asistente técnico” del film, encontramos
a nadie menos que Anton Szandor LaVey, Sumo Sacerdote
y fundador de la Iglesia de Satán (tal
vez ustedes ya sabían eso). Lavey
habla de lo que sucedió en el cine donde él y otras personas veían la película:
"La gente se enfureció mucho —golpeaban el suelo con sus pies, y mostraban
un desagrado general. Para las personas, la realidad del Satanismo es a veces
mucho más aterradora que las fantasías de lo que se supone que es. Por primera
vez se hallaban frente a un Diablo
que respondía sus ataques" (Barton,
p. 24). En esencia, los asistentes al
teatro no tuvieron su predecible final de "el bien triunfa sobre el mal" —el conventículo logra su
objetivo, y la película termina con una Rosemary aceptando tácitamente a su
niño y las circunstancias adyacentes, casi con un dejo de placer en su rostro.
Tal vez éste es el verdadero terror de "El Bebé de Rosemary", y la razón por la que se le considera
una de las películas de horror más aterradoras de todos los tiempos: por
primera vez en una película, y para variar, ganan los supuestos "malos".
La influencia de LaVey
en la cinta también aparece de forma muy sutil. Según el libro de Ira Levin (el
cual, hasta el verano de 1968, había vendido 2.3 millones de copias) y el film
de Roman Polanski,el hijo de Satanás nace en 1966, el cual es también el año en
el que LaVey fundó la Iglesia de Satán,
un año antes de que Levin escribiese la historia. (Esto sugiere que Levin había
investigado o sabía de LaVey, ya que
después de 1966 este aparecía constantemente en los medios). En una de las
primeras escenas de la película (que también aparece en la novela) durante la
fiesta de Año Nuevo Roman Castevet exclama orgullosamente 1966, el año Uno.
Aunque en aquel tiempo, muchos críticos de cine pensaron que esto era una
parodia a la utilización del "Anno
Domini" en referencia al nacimiento de cristo, esa es una suposición
errónea. En la Iglesia de Satán, 1966 se conoce como el "Año Uno", en
tributo al año de fundación de la Iglesia; un año antes de la novela de Levin.
Para los iniciados, esto podía atribuirse al suspenso del film, o bien como un
gracioso juego de palabras para Satanistas.
Y a juzgar por las obras anteriores de Polanski, (Repulsion, Cul-de-sac, y The Fearles Vampire Killers) el suspenso
parecía un pre-requisito definitivo para esta película. Esto puede explicar por
qué omitió deliberadamente una escena específica en el libro de Levin: cuando Rosemary
se va de la ciudad y pasa unos cuantos días a solas en una cabaña en el bosque
para meditar sobre su situación, relajarse, y aliviar la tensión en la que
Polanski tanto se esforzó por incluir. Mucho más cuando una pausa así hubiese
sido extraña, y tal vez desastrosa.
Exceptuando la escena omitida, la novela de Levin se
ajusta casi como un guión para la pelicula, casi como si hubiese previsto que
su historia sería trasladada a la Pantalla Grande. El texto está casi todo en
forma de diálogo, y por lo tanto, eran fácilmente adaptables al cine. Esto dice
mucho, ya que Levin ha visto muchos de sus libros adaptados al cine, incluyendo
The Steprford Wives (1975), Los Niños del Brazil (1978), y Sliver (1993), para nombrar unos
cuantos. Esto sugiere que Levin puede escribir tendiendo en mente la
posibilidad de ver sus obras en el cine, lo cual, a su vez, hacía más fácil el
trabajo de Polanski.
Dado que Polanski en gran medida uso literalmente el
libro, es la razón por la cual la primera mitad de la película es tan minuciosa.
Al menos un crítico en el momento, sintió que está es una media ineficaz, refiriéndose
a ella como "el engorroso método de
componente básico", que no fue tan eficaz como la gracia salvadora de la segunda mitad (Kauffmann 26). La primera
mitad en efecto, se mueve lentamente: muchas escenas de Rosemary y la vida
cotidiana de Guy, la decoración del apartamento, discusiones sobre estudios,
cenas con los vecinos y otros asuntos aparentemente triviales. Mi opinión es
que esto resulta necesario para el desarrollo de los personajes y de la trama.
Para que la historia funcione, el espectador debe estar atento en los
personajes, y este hecho no afecta la existencia de terror en el guión, a menos
que estén esperando otra “Viernes 13”
o “El Templo de Set”. El terror en
esta película está más allá de tales tácticas torpes y orientación del producto.
El Bebé de Rosemary huye del cliché
hack-and-slash (apuñalar y destajar --N de T) jugando en su lugar a favor
de la guerra psicológica. (De no ser así, esta película generaría la avalancha
de gorefests cinematográficos
normales a lo largo de la década de 1970 y, sobre todo, la década de 1980).
Con pocas excepciones, muchos de estos baños de sangre de
90 minutos, han sido relegados a la bandeja de negociaciones en las tiendas de
vídeo, mientras que El Bebé de Rosemary sigue siendo un clásico. Yo diría que
la longevidad de la obra maestra de Polanski, se encuentra en la realidad
inmutable que el valor del choque visual adecuado no puede competir en el mismo
terreno con pequeños ajustes psicológicos. Por ejemplo, una cosa es mostrar un
material de cuerpos muertos de las víctimas en los campos de concentración
nazi, y otra, reflexionar sobre la ideología que subyace en el exterminio de
todo un grupo de personas. Saber que el último tiene un mayor impacto en el
largo plazo, es entender los efectos inteligentes de esta película.
Una de las partes más reveladoras de la novela de Levin,
fue que Polanski incluyo más de una vez la referencia de la visita del Papa a
Nueva York, que tiene lugar en la época en que Rosemary concibe a su hijo.
Levin pensó que sería un contraste bastante intrigante, y lo añadió al drama.
Durante la escena del ritual/inseminación —que aparece en el libro —Rosemary
pide la absolución de una figura similar al Papa, y la recibe. Es interesante
notar que en esa época, los medios se referían a Anton LaVey como "El
Papa Negro". (También es una extraña coincidencia que los nombres LaVey y Levin suenan bastante
parecidos. Tómenlo como quieran).
Pero como muchas cosas en la vida, esta película no es
perfecta. Aunque la presencia de escenas del sueño de Rosemary fueron
explicadas en el libro de Levin, la versión que dio Polanski de las mismas
escenas fue más bien vaga, surreal, y rayando en la imaginería de droga y
psicodelia, algo muy común en las tendencias del cine de los 60, influenciadas
por una subcultura con la cual Polanski estaba íntimamente familiarizado. Si
bien las escenas pudieron haber causado cierta fascinación entre la gente de la
época, para la generación de cinéfilos de los 90, parecerán escenas de masturbación
visual, casi esquizofrénicas.
Y los críticos tenían razón cuando dijeron que los demás
personajes de la película eran menos importantes para la trama. En cierto modo
tenían razón. Claro, la historia gira en torno a Rosemary y su Bebé (si no
fuera así, la película tendría otro título), pero, en mi opinión, los demás
personajes son algo más que simples aditivos. Roman y Minnie tienen un candor y
simpatía (o sea, Magia Menor) que sólo puede provenir de personas adultas, y
mientras más se muestra esto, resulta más sorprendente (por lo menos para
quienes no son Satanistas) el hecho de saber que la dulce pareja de ancianos
son devotos del Diablo. Guy, el marido de Rosemary, está representado de manera
bastante consistente como un mal actor (en contraposición al hecho de que John
Cassavetes sea un mal actor, lo cual por cierto dista mucho de ser). La
cuidadosa revelación que se nos hace a lo largo de la película, de que Guy no
solo es un mal actor en escena sino que fuera de ella también es un pésimo
mentiroso está magistralmente equilibrada, y para que fuese creíble, fue
necesaria una actuación convincente por parte de Cassavetes.
Sin embargo, los críticos exageraron mucho en lo que se
refiere a las actuaciones poco memorables de Ralph Bellanty como el obstetra
que también forma parte de la conspiración, así como de Maurice Evans en el
papel de Hutch, el confidente de Rosemary. Estos personajes eran necesarios
pero bien pudieron haber sido interpretados por actores la mitad de competentes
que los dos mencionados sin que se dañase mucho la historia. Es más, los demás
personajes pudieron haber sido interpretados por actores menos experimentados,
quizás incluso por extras.
Considerando que la novela y la película son bastante
similares, diría que ésta última es superior, pero no por mucho. La omisión de
la escena de la casa de campo, la experiencia de Polanski con el género, el uso
apropiado de la música (brillante y hasta innovadora la composición hecha por
Cristopher Komeda, famoso por sus bandas sonoras para muchas de las películas
de Polanski), a la vez que permanecía fiel a la obra de Levin, ponen a la
película apenas por encima de su predecesor literario. Polanski también
mantiene vivo el espíritu del original con cierto subterfugio: la corriente de
iniquidad y decadencia que fluye bajo una capa de encanto, respetabilidad y
gracia que Levin utiliza acertadamente en su libro.
Quizás la conclusión definitiva sea que El Bebé de Rosemary nos muestra ambos
lados de la moneda humana, que somos tanto benévolos como brutales, y que éstas
fuerzas son indivisibles, no importa cuántos rótulos dualistas y cuántos santurrones
religiosos se adhieran a ello. Cuando corremos toda revestidura, nos damos
cuenta que la capa más profunda es el ser conscientes de la verdadera
naturaleza humana.