EL CRUCIFIJO Y EL HUEVO DE PASCUA

Durante la Pascua, la mezcla de lo benevolente con lo horrible revela el antagonismo de la religión hacia la vida humana.


Para la mayoría de las personas que las celebran, las fiestas de Pascua y Semana Santa pasarán como todos los años, sin que nadie las analice en profundidad ni cuestione sus tradiciones o su significado. En parte, serán recordadas como una celebración básicamente agradable y alegre; pero también serán recordadas como fiestas religiosas, asociando la parte benevolente de la Pascua con un mensaje religioso, y eso es un grave error.

Las fiestas de Pascua de hecho muestran una enorme contradicción: el choque grotesco de la celebración secular de la felicidad, mezclado con la adoración religiosa del sufrimiento. Es hora de entender el verdadero significado de esta festividad, y cuestionar el mensaje de auto-sacrificio que siempre ha transmitido.

Las fiestas de Pascua muestran una enorme contradicción: el choque grotesco de la celebración secular de la felicidad, mezclado con la adoración religiosa del sufrimiento. La parte más agradable de la festividad de la Pascua es su lado secular; la fiesta, no de Jesús, sino del Conejo de Pascua.

Familias y amigos se reúnen, vestidos con sus mejores ropas nuevas, y disfrutan de banquetes familiares; los niños, entusiasmados, participan en búsquedas de tesoros, encontrando huevos de colores brillantes y cestas de chocolates. El ambiente de esta celebración secular es de una alegre benevolencia.

Sin embargo, esas tradiciones no tienen ningún fundamento en el sentido religioso de la Semana Santa; de hecho, esas fiestas son un legado de la era pre-cristiana. La palabra «Pascua» viene del nombre anglosajón de una diosa que personificaba la primavera. Fue esa fiesta pre-cristiana la que nos dio el Conejo de Pascua (un símbolo de la fertilidad) y los huevos de Pascua, cuyas marcas brillantes representan los colores de la salida del sol. La Pascua original celebraba el regreso del calor, de la luz solar, y de las hojas verdes después de un largo invierno. Era una celebración de la alegría de vivir en la Tierra.

Cuando los primeros misioneros cristianos trataron de convertir a los paganos, les permitieron mantener esta fiesta, pero acabaron inyectando en las ceremonias un significado completamente opuesto. El mensaje religioso injertado en la Pascua es la historia de la crucifixión de Jesús y de su resurrección de entre los muertos. La esencia de esa historia no es la alegría de vivir, sino la adoración del sufrimiento y del sacrificio. 

Todos somos pecadores, según el cristianismo, y Jesús eligió sufrir la muerte lenta y agonizante de una crucifixión para redimir nuestros pecados. Nuestro objetivo moral, nos dicen, debería ser seguir el ejemplo de Jesús. Así, el héroe de la moral cristiana – el santo – es la persona que renuncia a todos sus intereses y valores personales.

Para concretar el significado de este mensaje, considerad su efecto en un niño que está sentado en la iglesia el domingo por la mañana durante la Semana Santa. El niño seguro que tiene algunas posesiones que valora – una bicicleta, un juguete favorito, un libro – pero, le dice el sermón, Jesús renunció a los bienes materiales y eligió vivir en la pobreza. El niño tal vez ya sepa qué carrera quiere seguir – por ejemplo, crear un negocio y convertirse en un empresario de alta tecnología – pero, le dicen, Jesús se dedicó, no a sus propios objetivos y a sus intereses egoístas, sino a la misión establecida para él por Dios, aunque eso significara sufrir y morir. Si el niño tiene edad suficiente para empezar a pensar en chicas, le dicen que Jesús era puro porque rechazó la tentación «pecaminosa» del sexo. Y si ese joven comienza a cuestionar lo que le están enseñando, le recuerdan que Cristo, en vísperas de su crucifixión, renunció a sus dudas y puso su vida en manos de Dios.

El cristianismo le enseña al hombre a considerar como pecado todos los valores que hacen que su vida valga la pena vivir: sus posesiones, su carrera, su cuerpo, su mente independiente. Y durante todo ese tiempo, remachando ese mensaje, ahí está la omnipresente figura de Cristo en la cruz. Ese es el verdadero símbolo del mensaje religioso de la Semana Santa: no conejitos de chocolate, jamón glaseado o huevos de Pascua, sino el cuerpo destrozado de un hombre clavado en una cruz, sangre fluyendo de sus heridas, lágrimas corriendo por sus mejillas, espinas clavándosele en la frente. Es el símbolo máximo del sacrificio.

Debemos cuestionar una filosofía moral que nos dice que encontremos valor en la destrucción de las cosas que valoramos. La mayoría de la gente acepta este ideal, no sólo como el bien, sino como sinónimo de moralidad. Pero, ¿lo es? Debemos cuestionar una filosofía moral que nos dice que encontremos valor en la destrucción de las cosas que valoramos. Debemos rechazar la adoración del sacrificio en favor de una moralidad basada en el logro de valores: tal moralidad tendría como su ideal, no la muerte en la cruz, sino una carrera productiva, una plena e intensa relación romántica, y una mente independiente. Sería una moralidad basada en los requisitos del éxito y la felicidad en este mundo.

Sería una moralidad que nos enseña, en palabras de la filósofa Ayn Rand, «no a sufrir y a morir, sino a disfrutar y a vivir». Una moralidad de sacrificios o una moralidad de logros: ésa es la alternativa que representan durante la Pascua los símbolos opuestos del crucifijo y el huevo de Pascua. Tenemos que decidir qué símbolo – y qué ideal – escogemos, para vivir o morir por él.

- Robert W.  Tracinski

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