LAS PIEDRAS QUE LLEVÓ EL DIABLO A FACATATIVÁ
Ubicado geográficamente en el extremo occidental de la sabana de Bogotá, a 36 kilómetros de la capital, cerrándose en dos ramificaciones de la cordillera Oriental, constituidas por los cerros de Aserraderos y Santa Elena, Facatativá es quizá el municipio con el patrimonio arqueológico más sorprendente de Cundinamarca.
La parte más importante de este legado es el Parque Arqueológico de Facatativá, antes conocido como Piedras del Tunjo, donde se alojan abrigos rocosos con un sinnúmero de pinturas rupestres que conforman un importante legado ancestral de más de 10.000 años.
Un guía del parque, contó las dos historias que abrazan a este templo arqueológico, la mítica (o de tradición oral) y la científica. La primera trata de un padre franciscano que quería construir una catedral, pero no contaba con los recursos ni la mano de obra para hacerlo, entonces se reunió con tres monjitas para invocar al diablo.
Gabriel González C. | Semana |
Cuando este se les presentó, le pidió al sacerdote las almas de todos sus feligreses y la suya a cambio de la catedral. El diablo encontró las piedras en Quito, Ecuador, y empezó su travesía hasta Facatativá, en el recorrido, tras el cansancio del peso de las gigantescas rocas, hizo una parada en Tunja, Boyacá. Allí descansó nueve días.
Durante todo ese tiempo el sacerdote ya había iniciado la construcción de su catedral y consideró que Satán había incumplido. Este en retaliación transformó a las tres monjitas en abrigos rocosos y por eso el recorrido inicia en ‘la piedra de las trillizas’. A su vez, por el descanso que el diablo tomó en Tunja las piedras acogerían su apellido.
LA CIENTÍFICA
Hace 65 billones de años todo el territorio estaba cubierto por un mar interno que presionaba sobre los cúmulos de arena. Con el paso del tiempo es presión provocó formaciones rocosas como la de Guadalupe, que vas desde esta región hasta Boyacá. Es una sola roca. Luego vino una temporada de heladas y el mar se congeló. Esto fracturó las rocas y los torbellinos y cambios de temperatura las perforaron y las trasladaron a este lugar, dejando a la sabana de Bogotá plana.