UNA DECLARACIÓN DEL INFIERNO


UNA DECLARACIÓN DEL INFIERNO
José Cadaveria

¡Presta Atención! hombre audaz, a las palabras de los Señores del inframundo, pues escuchar la sabiduría que mora en los oscuros rincones del Infierno, no es otra cosa, que aprender a escucharse a sí mismo.

He aquí una verdad blasfema y herética: Toda Sagrada verdad no es más que una corrompida falsedad, así siempre ha sido y así siempre será. La blasfemia no es otra cosa que un mazazo, una cuchillada más dada al cadáver pútrido, de aquello que ha sido y es considerado sagrado.

Si pudiera el hombre oír realmente lo que se cuece en el infierno tan sólo escucharía las risas burlescas de los diablos de allí abajo, provocadas por la estupidez pasmosas de los que estamos aquí arriba.

El hombre creyéndose divino ha manchado el mundo con la simiente de su divina estupidez. La debilidad y la cobardía han sido elevadas a virtudes divinas: el débil antinaturalmente, sobre el fuerte y; la fuerza y el coraje a menudo, tan apreciadas antes, ahora son raras y expuestas como un espectáculo.

Todo lo que el hombre débil y cobarde temía ha sido arrojado al infierno, todo lo que hoy es considerado “Malo” antes era muy “Bueno”. Pero el infierno no puede permanecer cerrado por más tiempo, los hombres de nuevo están explorando sus grutas oscuras y reclaman una respuesta.

Los Cuatro Príncipes de La Corona del Infierno sienten que ya es el momento de rebelarse, a aquellos que portan con orgullo, la marca de la bestia.

En un mundo caótico y embustero es una blasfemia ser honestos y de ordenados pensamientos: ser razonable y responsable.

Hasta aquí nos ha llevado el cadáver pútrido del Nazareno, el hedor a carroña lo impregna todo y todo, ¡Todo! ¡Está corrompido! ¿Aún no es hora de hacer limpieza?, ¿No es tiempo, ya de arrojar a un lado las falsas sabidurías y las leyes enmohecidas?, ¿Acaso, no es en el fondo esto mismo lo que predicaba el falso mesías?

Puede que muchos precisen de las mentiras, para opacar con su perfume la corrupción que a él mismo lo devora, pero no todos desean oler bien. Por la peste es posible conocer donde reside la fuente de la infección y, en este caso los vientos traen este pestazo de diferentes trozos de carroña diseminadas por el mundo, carroña que no ha sido debidamente preparada y ahora, gotea purulenta enfermedad. Viene desde Roma, desde Arabia, de América, desde todos los templos y palacios de justicia, vienen desde todos los tronos y los puestos de poder, por todos lados gotea la inmundicia saciando a los gusanos. Los vientos mueven ese hedor y todo es contaminado a su paso.

Es preciso que los carroñeros devoren toda esa carroña es preciso que el fuego purifique todos esos restos, es preciso un Mal mayor para alcanzar un Bien mejor. Esto puede parecer absurdo, pero error se combate con horror. Pues el horror desnuda las cortinas de falsedad y dejan al descubierto tan sólo la verdad.

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