Soy lo que queda de mí. Soy lo que no ha devorado esa sombra oscura que susurra a mi oído. Soy lo que aun lucha, aunque sin ningún objetivo, sigo luchando. Trato de no ahogarme en medio de los recuerdos, de tantos momentos, de tantos sueños. Quisiera hablarle, verla, escucharla, narrarle mis interminables historias que me causaron alegría, tristeza, odio, satisfacción. Ella, se ha ido, esta al otro lado de una gruesa bruma de sentimientos que me aplastan.
Las personas me hablan. Uso una mascara mal hecha en la que se ve una falsa sonrisa, las mujeres se acercan, uso una sonrisa de advertencia: “Soy un lobo herido, solo puedes esperar que te lastime”. Herido, un tal cupido me lanzo una flecha de amor. Ahora la quiere arrancar de entre mis carnes; desgarrando, lastimando. Aúllo a la luna, aullidos de agónico dolor. Veo sobre el frio suelo, humedecido entre sangre y lágrimas, mi sombra humana, veo la silueta de mis alas rasgadas, mis piernas rotas. Fue una promesa de amor que lo causo, fue un pacto, el mismo que exige mi muerte: “Si tu amas, yo muero. Rasgaré mis alas y romperé mis piernas, si eso significa que seas feliz”.
Hay muchas voces, veo muchas siluetas. Son las voces de las emociones; la esperanza, el amor, la tristeza, la ira, el odio. Todas a mi alrededor. No puedo pensar, no puedo ver, soy una maquina autómata, me dirijo a muchos lugares sin tener un objetivo claro. Perdí todo placer, toda emoción, toda alegría, toda tristeza. No siento nada más que mi agonía.
Quisiera tener un hechizo, no para traerla de nuevo a mi lado, no para tener su amor. Quisiera escuchar la razón verdadera, el motivo por el cual se acabo el amor. Quisiera volver atrás, y corregir mis errores, quisiera volver y amarla más de lo que la llegue a amar. Quisiera recibir la luz de su sonrisa, ver de nuevo sus ojos, sentir su piel, dejar todo mi amor en su existencia.
Todos los que han dicho anteriormente que el amor no mata, son los seres mas equivocados, es él, el asesino más despiadado, el verdugo más cruel. Quienes repiten aquella frase, nunca han sabido qué es amar.
Terminan mis días, terminan mis horas. Ya tengo mucho pasado en mi espalda, ya no tengo quien ayude a aliviar mi carga. Ya no hay y ya nadie habrá. Me voy, lejos, alto, frio. Triste, vacío, con dolor. Me voy, la sombra que susurra a mis oídos, tierna, dulce, cálida, repite con serenidad y cariño: “qué vas a hacer, ya lo entregaste todo y quedaste con las manos vacías, manchadas de lagrimas escarlata. A dónde iras, ya no tienes destino”. Me ofrece dulcemente sus alas, elegantes alas, grandes alas. Me ofrece su hogar. Cálido, brillante, como una gran explosión de los muchos soles.
En lo alto de nuestra soledad, llega una voz, débil, cansada, agónica. Exige le sea entregada su vitalidad de nuevo. Es la voluntad. Antes le di el poder de hacer su labor, sin embargo, no lo logro. Humillado, derrotado, así fue su última batalla. Me voy.