PILDORAS PARA LA MEMORIA (II)


El Santo Padre Sixto IV, el que con entusiasmo autorizó los burdeles en Roma (aportaban a sus arcas 30.000 ducados anuales) publicó en 1478 una bula sancionando la Inquisición castellana. La que en poco tiempo quemaría vivos a 2000 andalusíes acusados de herejía.

Otro santo Padre del Renacimiento, Alejandro VI, tuvo diez hijos ilegítimos conocidos, cuatro de ellos de Vannozza Catanei. Pero no fue esta la única amante del Papa: Giulia Farnese era conocida en toda Italia como la "ramera del Papa" y "la esposa de Cristo".

Pío IX (1846-1878) defendía a ultranza que "el catolicismo debía de ser la única religión permitida" en los territorios que dominaba. Se tenía que garantizar a la Iglesia el completo control de la educación y una actividad dominante en la vida de los países. Era partidario del absolutismo y proponía la completa intolerancia hacia las otras religiones. Todo esto se hizo público en su Syllabus de los Errores, junto con la carta-encíclica Quanta Cura.

Galileo Galilei fue torturado por la Inquisición por defender el sistema copernicano: la Tierra no era estática; daba vueltas alrededor del Sol. Uno de los mayores científicos de su época tuvo que ceder a la ignorancia fanática de la Iglesia y afirmar que, con arreglo a la fe católica, la Tierra es el centro inmóvil del Universo. Los torturadores inquisitoriales, siguiendo órdenes del Papa Urbano VIII, hicieron bien su labor. El fallo del Tribunal fue emitido a finales de junio de 1633 y decía: "El susodicho galileo es a juicio del Santo Oficio, claramente sospechoso de herejía, por haber creído en la doctrina, falsa y contraria a la Sagrada y Divina escritura, que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo". La inmovilidad de la Tierra fue doctrina católica. Fue sostenida por cada uno de los infalibles Papas, obispos y teólogos durante siglos.

Después de 8 años de arresto domiciliario, Galileo Galilei murió en enero de 1642. En 1686 la ley sobre la gravitación de Newton hizo imposible para cualquier científico creer que el Sol girase en torno a la minúscula Tierra. En 1725 esta demostración teórica fue ratificada por Bradley.

Juan Pablo II propuso la rehabilitación de Galileo en 1979, pero la comisión que nombró al efecto en 1981 y que dio por concluidos sus trabajos en 1992, repitió una vez más la tesis que Galileo carecía de argumentos científicos para demostrar el heliocentrismo y sostuvo la inocencia de la Iglesia como institución y la obligación de Galileo de prestarle obediencia y reconocer su magisterio, justificando la condena y evitando una rehabilitación plena.

El Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo expresó rotundamente el 15 de febrero de 1990 en la Universidad romana de La Sapienza, cuando en una conferencia afirmó: "La Iglesia de la época de Galileo se atenía más estrictamente a la razón que el propio Galileo, y tomaba en consideración también las consecuencias éticas y sociales de la doctrina galileana. Su sentencia contra Galileo fue razonable y justa, y sólo por motivos de oportunismo político se legitima su revisión". La Iglesia se ha opuesto históricamente a cualquier avance científico que cuestionara sus falsos mitos y supersticiones. Nada nuevo bajo el Sol.

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