CRÍTICA DE LA RELIGIÓN Y DEL ESTADO



CRÍTICA DE LA RELIGIÓN Y DEL ESTADO
Jean Meslier



Quizá penséis, amigos míos, que entre tan gran número de religiones falsas como hay en el mundo mi intención sea exceptuar, al menos de este número, la religión cristiana, apostólica y romana de la que hacemos profesión y decimos que es la única en enseñar la pura verdad, la única en reconocer y adorar como es debido al verdadero Dios y la única en conducir a los hombres por el verdadero camino de la salvación y de una eternidad dichosa.

Pero desengañaros, amigos míos, desengañaros de esto y generalmente de todo lo que vuestros piadosos ignorantes o vuestros escarnecedores e interesados sacerdotes y doctores se apresuran a deciros y a haceros creer, bajo el falso pretexto de la certidumbre infalible de su pretendida santa y divina religión; no sois menos seducidos ni menos engañados que aquellos que son los más seducidos y engañados; no estáis menos sumidos en el error que aquellos que lo están más profundamente. 

Vuestra religión no es menos vana ni menos supersticiosa que cualquier otra, no es menos falsa en sus principios ni menos ridícula y absurda en sus dogmas y en sus máximas; no sois menos idólatras que aquellos que atacáis y condenáis vosotros mismos de idolatría; los ídolos de los paganos y los vuestros sólo difieren de nombres y figuras; en definitiva, todo lo que vuestros sacerdotes y vuestros doctores os predican con tanta elocuencia respecto a la grandeza, la excelencia y la santidad de los misterios que os hacen adorar, todo lo que os cuentan con tanta gravedad de la certidumbre de sus pretendidos milagros y todo lo que os declaran con tanto celo y con tanta seguridad en relación a la grandeza de las recompensas del cielo y respecto a los horrendos castigos, no son en el fondo más que ilusiones, errores, mentiras, ficciones e imposturas, inventadas en primer lugar por políticos refinados y astutos y luego por seductores e impostores, seguidamente acogidas y creídas ciegamente por pueblos ignorantes y bastos y finalmente mantenidas por la autoridad de los grandes y de los soberanos de la tierra que han favorecido los abusos, los errores, las supersticiones y las imposturas, que los han autorizado incluso por su ley, con el fin de mantener a los hombres en general sujetos y hacer de ellos todo lo que quieran.

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