Oh, el satanismo… aquella ética terriblemente malinterpretada y calumniada. ¡Cuántas veces los teóricos conspirativos, los judeocristianos, y los magos blancos han acusado que los “satanistas quieren dominar el mundo!”, cuando en realidad es todo lo opuesto… Satán simplemente significa adversario en hebreo, por lo tanto, el adversarialismo constituye el principio moral del satanismo. El adversarialismo significa simplemente la autodefensa, o la rebelión contra la tiranía. Los satanistas luchan contra la maldad autoritaria, no muy distinto del trágico antihéroe epónimo de la tradición cristiana — Satán. Aquella mítica figura despertó de la malicia totalitaria de Yahvé, levantó un ejercitó, y se reveló contra él. Por desgracia perdió la guerra, pero su valor amerita la más alta estima.
El diablo personifica el anarquismo y ateísmo. Satán y sus legiones de demonios combatieron contra el santo reino de Yahvé y sus legiones de ángeles. Son demasiados los satanistas declarados que fallan en reconocer el lado político de esta guerra cósmica, y solo lo atribuyen a un cuento de fantasía. Toma un momento para reflexionar sobre cómo el diablo encarna al espíritu del anarquismo. Él se opuso ante un dictador teocrático y sacrificó su propia libertad por la causa. Él es un agitador político y revolucionario por excelencia, quien luchó contra dios. La columna vertebral, las agallas, requeridas para una empresa de esa magnitud amerita la más sincera reverencia.
Satán no tiene amo más que sí mismo. Es el deber de los magos negros arraigar aquel código en la fibra moral de su propia psicología. Hacerlo, desacraliza la existencia. Profana la santidad. Apaga el idealismo y enciende el realismo. Purga la contaminación divina del cosmos para siempre. La noción de la divinidad es un veneno toxico disfrazado de medicina. Vomita el veneno y siente el alivio de una vez por todas.