Han cortado al hombre en dos, enfrentando una mitad contra la otra. Le han enseñado que su cuerpo y su consciencia son dos enemigos enzarzados en un conflicto mortal, dos antagonistas de naturalezas opuestas, demandas contradictorias y necesidades incompatibles, que beneficiar a uno es perjudicar al otro, que su alma pertenece a un reino sobrenatural, pero su cuerpo es una prisión malvada que lo mantiene esclavo de esta tierra – y que el bien consiste en derrotar su cuerpo, pulverizarlo a través de años de paciente lucha, cavando su camino hacia ese glorioso escape de prisión que conduce a la libertad de la tumba.
Le han enseñado al hombre que él es un inepto desahuciado compuesto de dos elementos, ambos símbolos de la muerte. Un cuerpo sin alma es un cadáver, un alma sin cuerpo es un fantasma; pero ésa es su imagen de la naturaleza del hombre: una batalla campal entre un cadáver y un fantasma, un cadáver dotado de algún tipo de malvada voluntad propia y un fantasma dotado con el conocimiento de que todo lo conocido por el hombre no existe, sólo lo desconocido existe.
¿Os dais cuenta de qué facultad humana esa doctrina fue concebida para ignorar? Fue la mente del hombre la que tuvo que ser negada para poder descuartizarlo. Una vez que él concedió la razón, quedó a merced de dos monstruos a los cuales no podía ni comprender ni controlar: un cuerpo movido por instintos incontrolables y un alma movida por revelaciones místicas – se quedó como la indolente y devastada víctima de una batalla entre un robot y un dictáfono.
[...]
Como productos de la separación entre el alma y el cuerpo del hombre, surgieron dos tipos de maestros de la Moralidad de la Muerte: los místicos del espíritu y los místicos del músculo, a quienes llamáis los espiritualistas y los materialistas, los que creen en consciencia sin existencia y los que creen en existencia sin consciencia. Ambos demandan la sumisión de tu mente, el uno a sus revelaciones, el otro a sus reflejos. Sin importar cuánto se afanen en los papeles de antagonistas irreconciliables, sus códigos morales son iguales, y así lo son sus objetivos: en materia, la esclavitud del cuerpo del hombre; en espíritu, la destrucción de su mente.
Ayn Rand - La rebelión de Atlas