LOS BUENOS VIEJOS TIEMPOS: UNA DEFENSA DEL DIABLO
Anton Szandor LaVey
Habiendo sido un joven rebelde, puedo testificar que los “buenos viejos tiempos” no fueron tan buenos. En primer lugar, el conformismo ─bueno o malo─ era el rey. Por supuesto, podemos hablar de los parámetros del conformismo en el mundo de hoy, y de alguna manera compararlos con aquellos del pasado. Es fácil sostener que uno es más conformista ahora, pero con normas diferentes. También creo que hay más espacio para el individuo, fuera del armario del inconformismo más que nunca –si se aprovecha la oportunidad─. Cosas que ahora damos por sentado fueron alguna vez un gran tabú como para llegar a ser impensables.
En los buenos viejos tiempos, si usted no creía en Dios, usted al menos adulaba a un benévolo ser supremo. Curiosamente, el Diablo no constituía una amenaza y fue capaz de ser utilizado en todas las formas de la cultura popular. Pudo aparecer en todo, desde productos alimenticios a mascotas de equipos deportivos sin consternación. Siempre y cuando uno creyera en Dios, era perfectamente bueno usar a Satán por diversión. Si usted en realidad se tomaba en serio las persecuciones metafísicas, corría el riesgo de ser señalado como un extraño fanático religioso en el mejor de los casos, o como un adorador del diablo en el peor. Los pertenecientes a la Orden de la Rosacruz, eran tan oscuros tanto como usted lo pueda imaginar.
Instituciones como el ejército no tenían ninguna disposición para la alternativa; excéntricas religiones. Si usted era de una denominación cristiana, debía ser judío –un diferente tipo de ser humano, tolerado como mucho. Por lo menos los judíos podían cambiar sus nombres y vivir como cristianos y nadie sería el más sabio. No tanto con la gente de color quienes estaban atascados con su propio estigma. Es inconcebible hoy que el racismo sea real como en los buenos viejos tiempos. A los románticos les gusta hablar del ritmo más lento del ayer. En muchas formas ello no era tan bueno. Si usted viajaba al extranjero y se enfermaba, no podía abalanzarse a un avión y regresar a su propia cama en pocas horas. El correo era lento, y las llamadas telefónicas de larga distancia eran costosas. Los productos finos eran tan bien hechos que se necesitaban cuatro hombres fuertes para mover una pieza que pudiera ahora ser sin ayuda levantado en una furgoneta (la gente respetable no conducía tales vehículos para uso personal). La agotadora labor acompañaba tareas que ahora se realizan sin esfuerzo. Conducir un auto era un gran riesgo; los neumáticos se revientan; los frenos presumiblemente eficientes fallaban. Un ligero codazo de un carro en el parqueadero de al lado era bueno para un fracturado portaequipaje, una abolladura en el guardabarros, o parachoques bloqueados. Radiadores sobrecalentados y la mayoría de los vehículos, si se sometían a las condiciones de hoy, serían detenidos en la orilla de la carretera. La vestimenta era de material fino –y pesado, incómodo, caluroso, áspero, y difícil de conservar─. Los pliegues estaban donde debían haber estado, y mantenían esa forma, incluso si ello significara no sentarse. Los códigos de vestuario eran rigurosos. Yo no podía comprar una camisa negra, que no fuera hecha con base en ellos. Las barbas de cualquier tipo eran exclusivamente usadas por psicólogos, magos en escenarios, viejos marineros, y Santa Claus. Adornos como aretes en un hombre eran desconocidos. Un hombre respetable no tenía tatuajes, y si una mujer no utilizaba corsé o faja era una prostituta. El cabello de los hombres podía usarse largo en la parte superior si los lados y la parte de atrás tenían expuestos el cuero cabelludo –nunca largo como las chicas─.
Las escuelas tenían oficiales que investigaban ausencias injustificadas y eran más estrictos de lo son hoy las prisiones. No había lugar para un niño sin reglas, no importa qué tan brillante sea. Hoy, una persona puede disfrutar el metal pesado (rock, heavy metal) y escuchar también música clásica. Antes, un chico era “empalagosamente dulce” o “intelectual” si prefería lo clásico. Los equipos deportivos eran obligatorios si usted deseaba la aceptación de sus coetáneos. Me pregunto ¿cuántos tipos marginales armados hasta los dientes se iniciaron (como yo) para protegerse de los niños promedio?
Si usted era blanco, cristiano, y le gustaba los deportes, estaba a salvo de las críticas y era muy bien considerado. Era verdaderamente la era de la WASP –White Anglo-Saxon Protestant: persona de la clase privilegiada de los EEUU, blanca, anglosajona y protestante–. El resto eran pertenecientes a los guetos –para su propia tranquilidad. El sexo era maravillosamente lascivo –tanto─ en ciertos aspectos. La masturbación era un pecado y una enfermedad, y el sexo antes del matrimonio descalificaba a cualquiera de la aprobación pública. La mayoría de los matrimonios servían para un único propósito –coger o ser cogido. Cuando uno considera la elaborada pompa acompañada de votos contractuales, y por un único propósito, las culpas impuestas por la religión se vuelven deslumbrantes. Incluso más deprimente de contemplar, son los efectos de la eugenesia en sociedades enteras que surgieron de tales uniones. Podría ser comparado con el destino de naciones enteras determinado por la regularidad de sus intestinos.
El comercio de productos de higiene personal todavía no se había convertido en el supremo calificador. Pero tenía la libertad de constiparse. Si usted no era “regular”, existía dentro de un purgatorio especial, junto con masturbadores y comelones de ajo. La limpieza estaba al lado de la santidad –excepto en privado. Generalmente, la gente olía bastante fuerte. La ropa más pesada los hacía sudar más. Ahora, se consiguen más cosas para reducir el peligro de ofender, no obstante, la actividad es menos agotadora y hay menos probabilidades de comenzar a sudar. El ejercicio era de lo que uno suficiente tenía en el trabajo. Las mujeres no necesitaban entrenamientos. Las tareas del hogar se hacían cargo de eso.
La lengua no tenía el tipo de blasfemia esperada hoy. Sin embargo, usted podía insultar u ofender con impunidad. La blasfemia, como el sexo, usaba el eufemismo con términos que podían enviar el mensaje, pero dejaban mucho que desear como catarsis. Lo que uno sentía quería decir no era en realidad lo que decía. ¡miércoles! “El entendimiento” fue limitado con el aprendizaje, no las relaciones humanas. La intolerancia proliferó, porque le dio al hombrecito una oportunidad para sentirse superior. La conformidad era muy importante, hizo que cualquiera ligeramente diferente fuera blanco del ridículo o la injuria. No había “gente especial”. Era un mundo mucho más cruel para los ancianos, los discapacitados, y los niños. La hipocresía estaba en todos lados porque la pretensión de superioridad moral era fácilmente mantenida. Aunque eran más altas las normas en las artes, el respeto era universal a títulos cuestionables como “Reverendo”. Un “educador destacado” cubrió mucho terreno inmerecido. Cualquier “hombre de escuela” era suficientemente prestigioso para garantizar respeto, y los generales de butaca siempre tenían su parte de discípulos con los ojos bien abiertos.
Las hazañas de la guerra hicieron destacar a cada hombre. Pobre de los que no tenía experiencias de amigos en acción para relacionarse. Se esperaba que usted escuchara los relatos de un ex militar. Ahora, uno puede marcharse con la conciencia tranquila. El tipo en el taburete de al lado no tiene personas obligadas a escuchar. Estafadores y farsantes siempre tenían público porque cada uno era tan educado, con buenos modales y confiados en extremo. Si usted aseguraba la puerta, era una especie de chiflado paranoico o tenía algo que ocultar porque no había algo “coleccionable” que valía la pena ocultar o encerrar. Cosas coleccionables eran consideradas como “chatarra” para ser arrojada. Un coche de más de cinco años era un “cacharro” que no se toma en serio, a pesar de que puede haber sido un Packard o un Stutz personalizado. Los coches más viejos eran furiosamente apreciados por los jóvenes de secundaria como lienzos en los cuales pintar consignas estúpidas. Los libros eran tratados como “amigos” por los estudiantes, pero incluso los estudiantes maltrataron a sus amigos miserablemente, usando tocino como marcador de libro. Las revistas fueron manoseadas como pescado envuelto. Todo el mundo era de mano dura y paso firme. Las excepciones eran de tipo “artístico”, y querían ser más que un patán –“un hombre de la calle”- era mejor estar preparado para defender físicamente sus sensibilidades. La interacción humana era más visceral (trajes contra lesiones personales no abundaban aún) y uno tenía que demostrar en ocasiones que no era, en efecto, un marica. Un chico podía ser golpeado por leer Platón o llevar un estuche de violín (a menos que llevara adentro una ametralladora en el interior).
“Gay” significaba “feliz y despreocupado”. Si usted era homosexual, era un mariquita, un raro, un maricón o todo en torno a la perversión. De nuevo, con sexo normal aparentemente lascivo, la homosexualidad oculta se dio mucho más. Y la hipocresía: el coro de los amos, jefe de scouts, entrenadores, directores de camp, entrenadores físicos –y sacerdotes – todos por encima y más allá del reproche. Por consiguiente, mucho más abuso real ocurrió que hoy, cuando las preferencias sexuales no tienen que ser encubierta en credenciales sacrosantas o sobrecompensación rah-rah. La ironía está en la honestidad y blasfema franqueza una vez expuestos los flagrantes homosexuales, quienes eran los individuos más estimulantes intelectualmente en cada grupo. El suyo no era un grupo de identidad, pero si uno personal, desprovisto del evangelismo y la conversión. No les importaba si el mundo se volvió gay, o incluso sentía su influencia. Ahora, los empleados de armario y manoseadores de gimnasio tienen la más sana (y más alegre) competencia, sin verdadera perversión.
Las preferencias alimentarias no eran ofrecidas en los buenos viejos tiempos. Cualquier otra cosa, menos “Amurican” – Hace referencia a la pronunciación inglesa de extranjeros, en este caso de la palabra “América”– tenía disponibilidad limitada. Aunque criticada, la comida rápida a menudo tiene sabor y se convierte en la comida de elección que se consigue sin problemas. La pizza solo podía ser comida en vecindarios étnicos, con quizás sólo una única especialidad sirviendo a una ciudad entera. Lo mismo ocurría con comida asiática o mexicana.
A pesar de las quejas sobre la falta de “buena” música, los oyentes a los clásicos nunca tuvo tan buena. Es todo lo que hay, si se quiere. Una sinfonía entera puede ser adquirida por una fracción de su precio de 1940, y escucharla sin parar en un casete o un CD. La misma selección constituyó 10 libras de registros muy frágiles, con una pausa de cambio cada poco minutos. Una colección entera de filmes favoritos puede ser adquirida y vista por todo el mundo con un aparato de vídeo. En el pasado, únicamente el más privilegiado podía pagar facilidades de proyección privadas.
La lista crece. Anteriormente, si usted era propietario o montaba una motocicleta, era estigmatizado como un loco salvaje. Si utilizaba una bicicleta como medio de transporte, y era mayor de 14 años, era sin duda un excéntrico dado a una dieta nueces y bayas, con tejidos holgados. Si usted no buscaba el deporte, era un llorón afeminado. Las artes marciales eran conocidas únicamente como “jooey jitsoo” y practicadas por cobardes. Un hombre real se pone los guantes y pelea como un verdadero hombre. Si un hombre joven no bailaba, era un cretino que no podría esperar nunca conseguir una chica. Si una mujer joven no cocinaba o cosía, ningún tipo la desposaría.
Todos los chicos querían jugar a los indios y vaqueros, ellos mismos siendo siempre los vaqueros. Un chico pesado era llamado “gordo”, uno con gafas, “cuatro ojos”. La complexión ideal para un chico era como algo que se veía flotando en un inodoro, con una cara para que coincida. Si era muy alto y muy delgado, era “la muerte andando”. Las chicas les maldecían con aguileñas (grandes) narices, largos pies, y más de 45 en calzado y era considerado horrible y eludido. Una chica con gafas estaba destinada a ser una bibliotecaria y velocista, y suponía ser todo disecado. El estándar de hoy para la belleza femenina es exactamente lo que se consideraba entonces torpe y poco agraciado.
¿No desea usted volver atrás a aquellos días de antaño, cuando el más grande logro era convertirse en presidente? Luego todos lo amarían y respetarían.