EL DESVÍO

Todo concepto es una construcción necesaria para que el ser humano pueda ordenar y organizar el mundo que lo rodea. No es diferente con los conceptos de los senderos de la mano derecha y de la mano izquierda. Estas ideas son construcciones con las que nos referimos a ciertas metodologías espirituales, cuya práctica depende en gran medida del individuo, su carácter y su temperamento. Decir que una u otra vía es mejor o peor, o que uno u otro sendero es correcto o incorrecto, es caer en un dualismo que evita tener consciencia de la perspectiva del otro, esto es, evita tener una visión completa de nuestro panorama.


Ambas posturas son formulaciones que nos permiten aproximarnos a un fenómeno específico, que es la experiencia de lo trascendental. Esta experiencia trae consigo (y lo podemos constatar en la obra de numerosos místicos) un derrumbe temporal de las estructuras mentales para dar paso a una experiencia del caos, de lo desordenado. En las religiones, esta experiencia ha sido llamada nirvana, sunyata, unio mystica, o personificada bajo las formas de Dios, Alá, Jehová, etc. Este tipo de experiencia mística es lo que constituye la esencia de la religión, su núcleo esotérico o esencial. La manifestación externa de la religión está constituida por las reglas rituales seguidas por la mayoría de los creyentes, la parte superficial. Ambas dimensiones están determinadas por una ortodoxia, una ley religiosa que marca las pautas de cómo las cosas deben funcionar en un culto determinado. La ortodoxia está señalada y regulada por figuras como sacerdotes o rabinos, quienes son los guardianes de las normas y leyes de una religión, tanto en su aspecto exotérico como esotérico. En desvío de estas normas constituye lo que llamamos herejía.

La palabra “herejía” tiene su origen en el griego αἱρέομαι, que significa “tomar para uno mismo”. En el contexto religioso tradicional, una herejía es algo que se aleja de la normatividad de la autoridad religiosa. Mientras que el religioso o el místico de las religiones tradicionales parten de una interpretación de la tradición religiosa mediada por las figuras de autoridad (como el Papa, obispos o figuras tradicionales como religiosos o filósofos), un hereje, entonces, es alguien que “toma para sí mismo” la interpretación de la tradición, haciéndola propia. La herejía (cuando es consciente) es una manifestación de uno de los pilares esenciales del SMI: el antinomismo, expresado a través de la desobediencia a la autoridad y la apropiación de la tradición.

La ortodoxia y la autoridad en el misticismo y la religión cumplen con la función de marcar la dirección que debe seguir la práctica. Si bien esto puede poseer un elemento político al condenar toda desviación como satánica y peligrosa, el académico Gershom Scholem señala la dimensión psicológica de la necesidad de una guía en el terreno de la espiritualidad:

El riesgo de una desviación de la autoridad tradicional hacia lo incontrolado y lo incontrolable está profundamente enraizado en la naturaleza de la experiencia mística. (…) el Guru cumple ante todo una función psicológica. Impide que el discípulo que se apresta a investigar el mundo de la mística se equivoque y se ponga en peligro a sí mismo. El que busca solo su camino puede, desde luego, extraviarse fácilmente y aun caer en la locura, pues el sendero del místico está empedrado y rodeado de peligros. (…) Sin guía se corre el riesgo de perderse en el desierto de la aventura mística.



Esta prohibición tiene la función, ante todo, de evitar un desvío que aleje al adepto de la vía ya establecida por los profetas y los fundadores de la tradición. Podemos concebir este proceso con atravesar un bosque a través de un camino ya establecido. El desvío, entonces, implicaría una salida del camino conocido y una entrada en el terreno de lo desconocido, que para la mayoría de las personas significaría una caída en la locura. En un afán por mantener pura la tradición, los modelos religiosos han terminado por utilizar medios violentos: aquello que en un principio cumplía una función de guía, pasó a convertirse en un dogma que debe ser protegido y vigilado a toda costa.

El SMI corresponde a este desvío. Los caminos conocidos se han transformado avenidas bien delimitadas e iluminadas, pero también fortificadas y vigiladas, de manera que las fuerzas del caos no puedan penetrar en las estructuras ordenadas del mundo del hombre. Mientras que el SMD lleva hacia Dios y la luz, el SMI lleva hacia el interior de uno mismo, hacia la oscuridad que la luz del Sol no puede alcanzar. Esta oscuridad es donde se encuentra latente la sombra que tanto nos esforzamos por mantener a raya a nivel externo, la sombra que es nuestros impulsos y nuestras fantasías, nuestros sueños y nuestros deseos. El adepto del SMI explora esta oscuridad para llegar a un conocimiento más profundo de sí mismo, pero no se queda aquí, sino que, a través de su voluntad, actúa para transformar su realidad y abrir así la posibilidad de la elección. El caminante del SMI es, en esencia, un hereje, cuyos actos están marcados por una constante que determina su libertad: la desobediencia.

La desobediencia es uno de los principios necesarios para la libertad individual. La desobediencia implica el cuestionamiento a una regla o figura de autoridad percibida como limitante. El individuo, a través de la acción consciente, puede liberarse de esta situación. La mayoría de las personas optan por una decisión más práctica, que es el sometimiento y la obediencia, abandonando parte de sí mismos (esto es, dejando de ser) en el acto. El psicoanalista Erich Fromm escribe sobre esta idea en su libro Sobre la Desobediencia y Otros Ensayos:

La obediencia a una persona, institución o poder (obediencia heterónoma) es sometimiento; implica la abdicación de mi autonomía y la aceptación de una voluntad o juicio ajenos en lugar del mío. La obediencia a mi propia razón o convicción (obediencia autónoma) no es un acto de sumisión sino de afirmación. Mi convicción y mi juicio, si son auténticamente míos, forman parte de mí. Si los sigo, más bien que obedecer al juicio de otros, estoy siendo yo mismo.

En el SMD siempre hay una figura por encima del adepto, alguien que determina la dirección de su praxis; en el SMI, la autoridad es el mismo adepto. Para separarse de la autoridad, es necesario el acto de desobediencia que cree una rotura en el orden establecido que limita al individuo. Esto no significa que el SMI abogue por actos impulsivos, sociopáticos, ni mucho menos criminales, pues estos son resultado de mentes desequilibradas que no pueden dominar las fuerzas caóticas de su propia existencia. El SMI requiere de una voluntad férrea y de una disciplina mucho más rigurosa, pues como dice Nietzsche, “quien lucha contra monstruos debe cuidar él mismo de no convertirse en uno.” Y también recordar que, si miramos al abismo, el abismo nos devolverá la mirada. Y en el Sendero de la Mano Izquierda, el abismo lo hará, y deberemos soportar su mirada.
W. García

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